lunes, 5 de abril de 2010

Paracelso

Paracelso


La salud -decía Paracelso- se funda sobre la Naturaleza, que es la medicina, y solamente en aquella deben buscarla los hombres. La Naturaleza es el maestro del médico, ya que ella es más antigua que él, y ella existe dentro y fuera del hombre. Bendito pues, aquel que lea los libros del Señor y camina por la senda que ÉL le ha trazado. Esos son los hombres fieles, sinceros, perfectos de su profesión; andan firmes bajo la plena luz del día de la ciencia y no por los abismos oscuros del error... Porque los misterios de Dios son infinitos; Él trabaja donde quiere, como quiere, cuando quiere. Por esto debemos investigar, llamar, interrogar. Y la pregunta nace: ¿Qué clase de hombre debe ser aquel que busca, llama, interroga? ¡Cuán verdadera deberá ser la sinceridad de tal hombre, cuán verdadera su fe, su pureza, su castidad, su misericordia!... Ningún médico puede decir que una enfermedad es incurable. Al decirlo, reniega de Dios, reniega de la Naturaleza, desprecia el gran Arcano de la creación. No existe ninguna enfermedad, por terrible que sea, para la cual no haya previsto Dios la cura correspondiente.

En cuanto al reconocimiento de la autoridad real a la institución médica facultativa expresa enérgicamente:

Aquel que puede curar las enfermedades es médico. Ni los emperadores, ni los papas, ni los colegios, ni las escuelas superiores pueden crear médicos. Pueden conferir privilegios y hacer que una persona que no sea médico aparezca como si lo fuera. Pueden darle permiso para matar, mas no pueden darle el poder de sanar, no pueden hacerle médico verdadero si no ha sido ya ordenado por Dios – y añade -: “El verdadero médico no se jacta de su habilidad, ni alaba sus medicinas, ni procura monopolizar el derecho de explotar al enfermo, pues que la obra ha de alabar al maestro, y no el maestro a la obra”.

Su pensamiento terapéutico estaba concretado en su PARAMIRUM:

Todas las enfermedades desde el origen del mundo proceden unas de otras. Es por esto por lo que parecen siempre extrañas y singulares y porque por su extrañeza y singularidad se han considerado, juzgando con prejuicio, como castigo celeste. Como consecuencia, los enfermos han caído en la superstición y no han querido comprender que toda enfermedad puede y debe ser curada por medios naturales. La fe ha sido mal utilizada. Este mal aspecto de la fe continuó hasta que apareció Esculapio, que ha reconocido el carácter natural y lo demoníaco de nuestros males. Los médicos ignorantes con este axioma ISTE MORBUS EST INCURABILIS. Así manifiestan su estupidez y mala fe, pues que Dios no ha enviado jamás una sola enfermedad de la que no haya creado al mismo tiempo remedio...

También dijo con profunda sagacidad que el médico no debe forzar a la Naturaleza, sino seguirla con todo respeto y cambiar de remedios según las fases de la enfermedad.

Innegablemente, Paracelso reprueba en sus obras las prácticas supersticiosas, en especial el arte de hacer oro y la Astrología. No admite las influencias siderales, rechaza enérgicamente la explicación de los fenómenos naturales por la intervención de fuerzas ocultas y espíritus, lo que no obsta para que siga la llamada doctrina de las signaturas, que establece la influencias de las constelaciones sobre el organismo humano. A pesar de todo, sus coétaneos le declaran partidario de la magia, llegándose a decir de él que la empuñadura de su espada llevaba encerrado un demonio protector suyo.

Sus principales obras han ayudado notablemente al avance de la Medicina por lo que fueron admitidas en muchas academias francesas y alemanas.

Con la metáfora de los “médicos interiores”, Paracelso recurre a la antigua idea de los poderes sanadores intrínsecos de la naturaleza, conectada con VIX MEDICATRIX de Hipócrates. El médico externos debe cuidar este aspecto. En su “LABYRINTHUS MEDICORUM ERRANTIUM” (Laberinto de los médicos errantes) escribió:

“Por ello debéis saber que, ante todo, el médico debe conocer qué camino quiere seguir la naturaleza. Pues ella es el primer médico, y el ser humano el segundo. Allí donde actúa la Naturaleza, el médico debe contribuir a que ella actúe como pretende. La Naturaleza es mejor médico que el hombre... El hombre ha nacido para tropezar. Sin embargo, a la luz de la Naturaleza dispone de dos ayudas para levantarse: el médico “interior” con su medicina interna, que nacen con él y le son dadas... Pero el médico externo sólo empieza a actuar cuando el otro sucumbe agotado, traspasando su oficio a aquél.”

A la virtud curativa de las cosas naturales, Paracelso lo llama también “virtud”, existiendo para cada enfermedad específica, “por voluntad divina” un remedio específico y tantos arcanos como dolencias.

Claro que tampoco estaban exentas de la ingenuidad médica de la época, algunas de las teorías que abrazó. Entre ellas las de la SIGNATURA, que aseguraba que los poderes curativos de las plantas se podían deducir de su aspecto externo. Así, por ejemplo, es posible deducir que las piñas o granadas constituyen un buen remedio contra el dolor de muelas por su gran semejanza con la dentadura. Y en general, la forma de las plantas, de las raíces o de las hojas se corresponde con la de un órgano humano que son capaces de curar. Así, con las nueces, esta Medicina de las similitudes encontró un remedio contra las afecciones de la cabeza. “La cáscara verde de aquellas representa el cuero cabelludo; la otra cáscara dura y leñosa corresponde a los huesos del cráneo; la película amarillenta que recubre la almendra equivale a la meninges; y la propia almendra, a los hemisferios cerebrales. También era de suponer que la orquídea actuara sobre los testículos dada la semejanza con ellos de sus bulbos, o que sanara el pulmón la planta que en las umbrías crecía sobre los robles y otros árboles silvestres, llamada pulmonaria”.

Aunque bien visto Paracelso no andaba tan lejos de la medicina científica actual que, si por un lado desprestigia la tisana inocente de plantas que semejan órganos, (siguiendo el aberrante proceso mental), aconseja que se coma los propios órganos o que se beba los propios jugos de los mismos, en una orgía que nosotros contemplamos con ojos expantados.

La signatura de los tiempos de Paracelso buscaba una planta que se pareciera al Pulmón para curar el pulmón. La medicina del presente no busca parecido entre las plantas. Sencillamante, “se come el pulmón”.

En esta linea, se comenzó por ejemplo a ordenar a los pacientes que acudieran a los mataderos de caballos de París, en búsqueda de sangre aún caliente para tomarla con la esperanza de mejorar la propia en casos de anemia o tuberculosis, por el mismo motivo que hoy en día se come carne en dosis brutales para recubrir de carne los huesos. Ya existían antecedentes muy anteriores en el tiempo:

En la Pharmacopea Matritensis de 1762 se consigna que la tintura de CRANEO HUMANO SUCCIONADA, que se mandaba preparar con cráneo humano no enterrado, se empleaba contra la epilepsia, una dolencia que se consideró “cerebral” desde los tiempos de los griegos. Por idéntica razón y ya en la actualidad la medicina facultada practica la OPOTERAPIA, que es el tratamiento de las enfermedades por administración de jugos o extractos de órganos animales. (Los inconvenientes de las administración de órganos frescos se ha resuelto mediante la administración de órganos desecados o pulverizados que también puede prepararse en soluciones inyectables).

Cierto que se nos dice que la HORMONATERAPIA ha sido sustituido por la opoterapia pero ambas no son más que formas disfrazadas de la signatura en la que creía Paracelso.

Pero lo asombroso de su genio es que si leemos una parte una parte de su obra, creeríamos que estamos siguiendo un texto homeopático de pleno vigor actual.

Así cuando dice:

“Lo que produce ictericia, también cura la ictericia” está sirviendo de precursor a Hahnemann y a la doctrina de la Homeopatía, que tendría que venir casi cuatro siglos más tarde, haciendo hincapié en un principio de semejanza entre sustancias sanadoras y la patología que había que curar. La antelación de Paracelso llegó al extremo de preparar diluciones infinitesimales como siglos más tarde haría Hahnemann.

Conocido es por la historia médica una cantidad infinitesimal de sustancia que recibía de Paracelso el nombre de “karena” y correspondía a la veintricuatroaba parte de una gota.

Quiere decirse que el genial Paracelso fue el fundador de un método terapéutico basado en el principio de similitud, que entra en el complejo campo de la medicina heterodoxa. “La enfermedad está producida por similares, y a través de los símiles que han producido la enfermedad, el paciente pasa del estado de enfermo al de individuo sano. La fiebre cesa por obra de lo que la ha causado, y nace por obra de lo que la hace cesar”.

Cuando un enfermo desahuciado acudía a Paracelso éste le curaba poniendo en práctica esta disciplina. Y, sin embargo, esta es la peor ofensa para los malos médicos que no deseaban la curación de sus pacientes, sino el descrédito de la terapia. Y es así como también este “médico maldito” ha de abandonar Estrasburgo para ir a Basilea.

La teoría de SIMILIA SIMILIBUS CURANTUR continuó en auge en la antigüedad clásica, en el medievo y en el renacimiento, cayendo prácticamente en desuso cuando se pusieron en boga las bases de la medicina y de la farmacología moderna.

Actualmente la disciplina paracelsiana recreada por Samuel Hahnemann vuelve a gozar de gran apreciación, con ella, por extensión de la medicina antroposófica.


PSIQUE Y SOMA (ALMAS Y CUERPOS) pág 92-95 / Autor: CARLOS LESTON


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